Después de tantas mudanzas, una aprende a palpar la anatomía de los barrios con la prudencia del gato que va de tejado en tejado. Por eso mi primer asomo fue al mapa en el que se hizo evidente una distribución a lo menos romántica de los nombres de las calles. Y decidí que viviría en aquel sector en donde se juntaban los nombres de las flores y los poetas. Me conmovió especialmente el nombre de aquel anarquista de rebeldías líricas y conseguí arrendar una pieza en uno de esos guettos para inmigrantes, puestos sobre el hogar familiar para ser sustento y pensión de los abuelos. Allí me hallé al poco tiempo rodeada del bullicio de los míos, de los que también como yo eran expulsados por el tiempo que nos tocó vivir. Pero no había entre nosotros ningún ímpetu que engendrara asombros, se imponía apenas el diálogo angustioso de la sobrevivencia.
Partí de ese lugar cuando se hizo cercano el mes de diciembre, intuía que la alegre borrachera trocaría en sollozos cuando la nostalgia de esos días abrazara todas las habitaciones. Yo necesitaba seguir evadiendo las pulsiones para poder tolerar la materialidad de lo impuesto. Por eso miré de nuevo el mapa y escuché entonces la melodía de otras calles. Caminé unos cinco paraderos hasta que se hicieron nítidas las tonadas hipnotizadoras de un piano. Me adentré en aquella calle principal preguntando dónde podría hallar arriendo. Di con una casita interior en la calle que lleva el nombre de aquel director de orquesta italiano que en su tiempo también evadió confrontar el horror. Junto a él quise esconderme.
Desde esa casa de techos bajos y pisos de cemento crudo, miro el limonero enfermo que está en el patio mientras el hedor de las cañerías se acrecienta con la tarde de verano. Una gata, también enferma y hambrienta, me ha obligado a dar sustento a la cría que ha instalado en un rincón de mi hogar. Sus maullidos angustiosos me traen a la realidad de un mundo en el que no hay refugio ya para los despojados. Sin embargo, por la Gran Avenida avanza una multitud con voces de trueno y con ella va mi aliento acostumbrado a las mudanzas.
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