Buenos vecinos

Arte: Banksy


Ella es, simplemente, una gritona. Y él, obviamente, un cobarde. Cuando me mudé a este lugar no pensé que tendría que soportar a tales vecinos. Me asombra que se crean seres racionales. Y es que… ¿qué tiene de racional la conducta de esa mujer? Con sólo mirarme, comienza a gritar y a insultar a mi pobre madre. Me cuesta entender su actitud. La entendería quizá si fuese yo a su habitación todas las noches para besar los pies de su marido. Pero no lo hago. Yo, pese a todo, estoy consciente de los límites que colocamos unos a otros. ¡Aunque ellos no parecen estar del todo ubicados en sus límites! Hace unos días encontré, a pocos pasos de la entrada a mi casa, uno de sus artefactos extraños. Lo primero que pensé fue que la histérica mujer lo había lanzado por la ventana la noche anterior, cuando el marido llegó medio… «medio beodo», como le gusta decir a él.

Estas viviendas están tan cerca unas de otras que, en ocasiones, una se siente un poco desprovista de privacidad. Pienso que, así como yo sé de sus más íntimos secretos (los escucho en su dormitorio cada noche pues el mío está justo debajo), estos seres deben conocer de mi vida más de lo que una se imagina. Quizá hasta comenten de las visitas que recibo cada noche y tal vez hasta sepan de mi embarazo. Lo más seguro es que se dediquen a estropear mi reputación en el vecindario, quejándose de todos los ruidos que ocasiono con mis fiestas. Pero de día, cuando yo deseo descansar, ellos golpean las paredes y tiran objetos al suelo. Lo peor son esos zapatos que usa la odiosa mujer. Parecen troncos bajo sus pies.

Hace dos noches, cuando despedía a mis amigos en la entrada, el hombre me vio y se sonrió. Yo, por supuesto, entré rápido a mi casa. No es difícil imaginar que si le devuelvo la sonrisa, su esposa vendría a buscarme con una escoba en la mano, como siempre anda.

De pequeña, cuando no podía dormir en las tardes, mi mamá me decía que una horrible bruja vendría a buscarme y me llevaría volando en su escoba. Yo nunca le creí. Antes de venir a vivir aquí, yo nunca había creído en esas cosas. Pero ahora, cada vez que veo a esa mujer, vienen a mi mente las descripciones horrendas que hacía mi madre de las brujas. Y entonces siento que esas descripciones se quedan cortas ante la que yo podría brindar de mi vecina.

Pero el secreto de la vida en vecindad es, justamente, aprender a tolerarnos unos a otros. Y tomando en cuenta eso, yo empezaré por ceder un poco: reduciré mis cuatro fiestas nocturnas de la semana a sólo tres. Creo que con eso es suficiente porque yo me aburro mucho por las noches si me quedo en casa. Y si decido salir, corro muchos riesgos. Es que este vecindario es muy peligroso. Con decir que, hace poco tiempo asesinaron a dos amigas mías. Las pobrecitas dejaron a sus hijos tan desamparados.

Según un íntimo amigo mío que presenció la escena desde un callejón cercano, los hechos ocurrieron así: Las dos muchachas, lindas bailarinas de un club que yo visito mucho, iban rápidamente saliendo de la casa de una de ellas cuando un hombre se cruzó en su camino y les gritó: ― ¡Sucias rastreras!―. Enseguida las golpeó repetidas veces con un bastón que cargaba. ¡Las mató! Yo me imagino que el tipo estaba loco. Y aún no entiendo cómo mis amigas no lograron escapar. Según este amigo mío, las muchachas se habían quedado completamente paralizadas del susto. A mí eso me parece increíble.

Lo que nadie podría poner en duda es que este vecindario se torna cada día más peligroso. Yo misma casi caigo en las garras de un tipo que estaba parado en una esquina cercana a mi casa. Me asomé. Y cuando me disponía a salir, el hombre me apuntó con algún objeto. Por supuesto que me asusté y retrocedí. No lanzó lo que cargaba entre sus manos, se sonrió y arrojó el objeto al piso. Pero cuando por fin salí, el muy desquiciado se abalanzó sobre mí. Eché a correr de vuelta a mi casa. Entonces escuché las risotadas y cuando le dijo a otro hombre, uno que no logré divisar: «¡No sé cómo tu mujer quiere deshacerse de una vecina tan graciosa! ¡Si es una ratita tan linda!»

Claro que aquel comentario me ha dejado muy preocupada. He pensado mucho en mi vecina. Si ella quiere deshacerse de mí, tendrá que hacerlo con mucha cautela. Pues al hacerme daño, de algún modo se lastima a sí misma. Y es que pese a mis desvaríos, ella y yo tenemos más cosas en común de lo que muchos podrían pensar.