Debimos saberlo desde siempre, hay vuelos disímiles. La arpía jamás volará como el cóndor. Si al águila conmueven paisajes húmedos y selváticos, el cóndor prefiere la aridez de la cordillera. Si el águila es amiga de la velocidad y la cacería, el cóndor ama la lentitud pasmosa de su esperar la muerte. Por más que uno se afane, la imaginaria línea ecuatorial dibuja también el temperamento de las aves: son otras alas.
Pero la memoria es una. Por eso permanecerá en mi mar la textura de tu piel torturada, las duras líneas de tu perfil araucano, la tibieza profunda de tus labios rebeldes. Y cuando por fin hayamos vomitado las fronteras, las banderas y las patrias, nuestros ojos hallarán la transparencia del alma ancestral enternecida.
Habitaremos así la estrella púrpura y un nuevo amanecer juntará nuestro cielo. Los mapas se habrán consumido ante el triunfo de la solidaria geografía. La rosa de los vientos se habrá deshecho entre el estallido de las olas, en un Caribe pleno de tambores y guaruras. Seremos entonces larga jarana, eterno batey, risa perpetua y alegría sostenida.